Norma Chuquicusma patea un colchón inservible por la humedad colocado afuera de su casa para espantar a los mosquitos; estos vuelan entonces hacia el triciclo de su hija, que tampoco sirve.
Edward Núñez camina apoyado en una rama entre los pedacitos de suelo seco que hay dentro de lo que era su vivienda, porque casi toda está sumida en fango, y en la superficie se ve a miles de mosquitos en actitud quieta; si él cae al fango se vería rodeado por una nube gris venenosa.
María del Pilar López deambula por su casa observando objetos hundidos en el barro –un zapato, un balde de juguete, una cacerola– y decidiendo sobre la marcha si vale la pena rescatarlos; sale con las manos vacías.
Teodoro More enseña una línea horizontal en la pared del cuarto de su hijo a la altura de su cuello: “¿Qué hace uno cuando el agua le llega hasta acá?”, pregunta. Nadie responde.
Derly Ancajima hunde sus muletas en el piso de las cuatro habitaciones que tenía su casa, y que ahora es una masa de barro húmedo y sucio donde no volverá a vivir.
Francisco La Chira, que habita este centro poblado hace 50 años, recoge sin ganas dos imágenes de cerámica que formaban parte de su nacimiento navideño; las esteras de las paredes de su rústica vivienda se vinieron abajo, pero él se resiste a abandonarla.
Estos seis vecinos de Viduque (en el distrito de Catacaos, en Piura) componen el paisaje más desolador que se puede encontrar en un recorrido por las zonas más afectadas de la costa norte luego de las lluvias, desbordes y huaicos que se registraron un mes atrás. En este centro poblado se ubica uno de los diques que colapsó por la fuerza del río Piura, y la inundación fue rápida, prolongada y absoluta. Nada se salvó: ni las casas, ni la escuela, ni el campo de fútbol, ni los desagües. Lo único que queda en pie es una balsa –tres troncos largos atados con sogas– que un grupo de pescadores de Paita armó en minutos, y con la cual rescataron a decenas de habitantes de morir ahogados. Esa balsa es en este momento el único objeto material de Viduque que todavía sirve, que todavía resiste.
(El Comercio, 23 de abril de 2017)